Vengo de atravesar la espesura de un bosque extraño, el cuervo que estaba posado en mi hombro ha tomado otro destino.
Sintiendo mis pies desnudos en el camino, como un imán soy atraída hacia lo que parece un lago.
De pie, quieta, admirando el reflejo del sol en el agua, me doy cuenta que es un océano.
¿cómo puede ser que después de atravesar ese bosque tan extraño esté aquí el océano?
Absorta en ese pensamiento y en el placer exquisito del paisaje, no sé cuál es el siguiente paso.
Después de que mi gorila sacudiese la Tierra y rompiese con todo, sólo camino sin esperar nada.
Oigo un crujir de hojas, me giro para ver quién es. De esa frondosidad que dejé a mis espaldas aparece una serpiente que viene hacia mí.
Se detiene a mi lado, la miro.
Estoy asustada, ¿qué intenciones tiene?
Me mira y empieza a levantarse, la tengo enfrente, todo su cuerpo erguido. No entiendo nada.
La serpiente ha aprendido a transformar el veneno en medicina. Mi veneno, mi odio y mi sed de venganza se han convertido en fuerza para ayudar a otros.
Su cuerpo empieza a ensancharse y tomar forma de un humano, es extraño, tiene branquias, la belleza de su rostro dibuja un ser extraño que no puede hablar, sus ojos el doble de los míos penetran en mí.
Al principio me invade una mezcla de asco y compasión. Es un anfibio con forma humana.
¡Tengo tantas preguntas! Pero nada sale por mi boca.
Él me está leyendo la mente. ¿Está hablando?. Le entendiendo.
La ternura de sus ojos me obliga a traspasar la barrera del miedo y el asco.
Ese anfibio humanoide ha venido a visitarme para mostrarme algo, me ama.
Y yo, me entrego a ese diálogo de sensaciones, recuerdos, aprendizajes.
La palabra no hace falta.
Ofrece su mano esperando la mía.
Se la doy y nos zambullimos en el agua.
Muy rápido me lleva a las profundidades, angustiada pues no sé cómo voy a aguantar tanto tiempo debajo del agua, creo que me voy a ahogar.
De repente me doy cuenta que ese ahogo es sólo una resistencia mental. Yo puedo respirar debajo del agua.
Él sigue con mi mano cogida, no hay tiempo que perder ha venido para mostrarme algo y se marchará.
Con un impulso desde el fondo del mar salimos del agua y volamos, el viento habla de los infinitos destinos que están a mi alcance.
Volvemos al agua y empezamos una danza cogidos de la mano, zambulléndonos y volando.
Agua, viento. Casi no puedo seguir el ritmo de este ser extraño, su velocidad vertiginosa y ese cambio: agua, aire, continuo. A duras penas puedo asimilar lo que está pasando.
Cada vez que alzamos el vuelo el viento me enseña que hay otras maneras de moverse, quedan grabadas en mí.
Volvemos a las profundidades, me guía a un lugar donde el fondo está cubierto de polvo de nácar.
Él toma en sus manos ese nácar y empieza a untárselo por todo su cuerpo, brilla.
Me invita a que haga lo mismo.
Baño todo mi cuerpo en ese polvo y los dos brillantes seguimos mirándonos, un juego inocente, profundo. Untándonos mutuamente ese bálsamo.
La complicidad entre los dos se estrecha cada vez más.
Le entiendo, ese nácar significa que ya he transformado todo mi dolor y tristeza profunda en un tesoro.
Él me dice que puedo volver a sumergirme siempre que quiera en este océano, y bañarme en ese nácar. Porque ya lo he conseguido.
No tengo que tener miedo, mis profundidades ya las conozco.
Ahora el nácar es para brillar, para moverme en la abundancia de todo mi ser y lo que me rodea.
Su misión está cumplida. Nácar , viento y profundidades del océano.
Ya estoy lista.
Toma mi mano y salimos disparados de nuevo a la superficie. Mientras volamos, él se sumerge de nuevo y yo sigo el vuelo…
Puedo empezar a ver los mapas que se dibujan en el aire, montañas, extensiones de Tierra.
Y desde la cabaña en la montaña, cada mañana me detengo a escuchar las historias que el viento, ahora mi aliado, cuenta. Tiene mucho que enseñarme.
joana p.