Con la primera luz, Sofía se levanta y activa el ritual: un cigarrillo, el té bancha, cepilla sus dientes para arrancar el mal sabor del tabaco.
Lo tiene todo cronometrado.
El tiempo justo para vestirse y caminar hacia la parada número 37.
Ella sabe que es invisible para el mundo, después de un año siguiendo este ritual que no sabe para qué lo hace, lo tiene más que comprobado.
Le da igual, no puede evitarlo.
Se sienta en el banquillo de la 37, con los pies desnudos acariciando el cemento. Su mirada perdida en los pinos que la saludan cada mañana al otro lado de la carretera.
Y espera.
Siente la mirada de la misma gente cada mañana.
El fumador empedernido con los ojos tristes y esa barba amarillenta por la nicotina del tabaco piensa, yo al menos me muevo y no me quedo aquí petrificada nieve o llueva. Tengo la voluntad de ir a trabajar, ya sé que mi trabajo es una mierda. Ya sé que estoy deseando salir de esta ciudad, algún día lo conseguiré.
El rotwailer tan amable que por unos segundos apoya el hocico en la falda de Sofía, hasta que la dueña, cada día, le impide que se acerque más a ella.
Y así, van desfilando uno tras otro.
Ella espera, sabe que todo tiene un sentido y esto también tiene que tenerlo.
Se dice, no puede ser que un día sin más todo se acabe simplemente dejando de estar descalza con la mirada perdida en sus amigos los pinos y sintiendo el ajetreo de su alrededor, el cemento, el chirriar de los autobuses que se detienen en la 37.
Seguramente te estás preguntando a dónde quiero llevarte.
Espera. Como hace Sofía en la 37.
Sigue leyendo.
Sofía tiene la necesidad imperante de ser vista, empezar a tejer con el mundo de nuevo, ser escuchada desde lo más profundo de su corazón. No sabe cómo hacerlo.
Ser vista desde sus entrañas, para hacer lo que quiera hacer desde la libertad en ese momento.
Y un día sin más, el rotwailer la mira, ella quiere seguir un rato más con ese delicado animal y se levanta, atraviesa la puerta del bus y se sienta al lado del perro.
Dejando atrás la parada 37. No tiene ni idea dónde va acabar, sólo puede disfrutar de la alegría del movimiento, de los paisajes que se dibujan ante sus ojos, cambiantes, dinámicos, intensos.
¡Ya está, era esto! Subirme al autobús de esta parada – se repetía- dos horas de recorrido dejándome seducir por todo lo que me rodea.
Así fue como Sofía salió de su ostracismo.
Puedes pensar:
-qué fácil, no le pasó nada extraordinario, ¿espectacular?
A veces de la manera más sencilla puedes abrirte al mundo. Para ser visto, para expresar.
Y algo parecido pasa en sesiones de coaching, sin rotwailer, sin barba amarillenta por el tabaco, sin ojos tristes.
Parecido porque si te dejas llevar como hizo Sofía cuando decidió por fin subirse al autobús, en una sesión, la magia vendrá a ti. Mejor dicho, despertarás la magia que habita en ti.
joana p.