La ensalada que
me bajó los pantalones

La ensalada que
me bajó los pantalones

La tensión iba “in crescendo”.

Atravesar el pasillo para ir hasta los despachos de las “jefas” era como nadar en un río de aguas bravas a contracorriente.

 

Agotador.

 

Llevaba dos días sin mi ensalada, como castigo por ser la cabecilla de un boicot. Objetivo: conseguir un trato digno para todas.

 

Claro, ahora me digo,

si total, era una pequeña ración de vegetal verde fresco con zanahoria y maíz cuando había suerte.

 

¿cómo hice lo que hice?

 

Tres meses alimentándome a base de arroz hervido y judías verdes con zanahorias (congeladas) para comer y cenar, pueden con cualquiera.

 

Evidentemente, el trato recibido sumaba.

 

Quince días antes del incidente, conseguí con buenos modales y argumentando hasta tener la boca seca, que rellenasen el triángulo pequeño de hojas verdes con chispas naranjas y amarillas, aliviaba el sofocante calor en aquella tierra.

 

Vi el cielo, la verdad.

 

Ese lugar ningunea a cualquiera que esté en este lado, o sea, el mío.

 

El boicot iba dirigido, sobre todo, a la maltratadora número uno. Una auxiliar del centro, psicóloga por cierto, opositando para ejercer como tal.

 

¡Dios mío! ¡No quiero ni pensarlo! Una psicóloga maltratadora acompañando a mujeres víctimas de violencia de género en sus procesos de recuperación.

 

Ellas sabrán…

 

A lo que iba:
2 días sin mi preciado verde rellenando aquel triángulo de la bandeja metálica.

Nadé contra corriente de nuevo aquel pasillo de aguas bravas:

-oye, ¿no me habéis puesto la ensalada?

-Ah! Qué raro, el cocinero se habrá equivocado. Lo comunico y esta noche la tendrás.

– GRACIAS.

Noche:

-oye, sigo sin la ensalada

-pues no sé, no entiendo

-Ya, por favor llama al cocinero y pide mi ensalada, llevo tres meses tomando solo arroz y judías verdes.

– sí, sí. Dejo un mensaje para que la del turno de mañana la pida, ahora está cerrado.

-GRACIAS.

 

Sabía de sobras como se las gastaban en ese centro.

 

Al final me harté.

 

Llegó la hora de la comida.

 

Fui con mascarilla, pantalones, calzada (obligatorio para salir de tu habitación), “normas de seguridad”, a recoger mi bandeja metálica con triangulito y… ¡sorpresa!

 

¡Triangulito vacío!

 

Era un día importante, psicóloga, jefas, coordinadoras, educadoras en un corrillo, maquinando vete a saber qué.

 

Por cierto, incumpliendo las ”medidas de seguridad” que tanto nos imponían a las que NO salíamos a la calle ni para ver pasar gente. Los 2mtr de distancia entre ellas desparecían.

 

Bueno, si fuese sólo eso…

 

La auxiliar maltratadora por ejemplo, cada tarde se iba a los inmensos sofás con mega tele incluida para dormir la siesta, pues el calor sofocante no la dejaba vivir. Allí, funcionaba a las mil maravillas el  aire acondicionado.

 

Ese allí, era un lugar para uso y disfrute de las usuarias que en tres meses que estuve, no se permitió a ninguna conquistarlo. “Medidas de seguridad”, una vez más.

 

Ella dormía plácidamente cada tarde de 15h a 17h, fresquita, mientras nos obligaban a estar encerradas en nuestras habitaciones porque debíamos descansar.

 

Detalle importante: cuando el calor ya apretaba, vino un técnico a revisar supuestamente las máquinas de cada estancia.

 

¡Sorpresa!

 

Sí que revisó sí, lo que hizo fue reprogramar todas las máquinas para que fuese imposible bajar la temperatura en las habitaciones. Reducción del consumo a cero, por supuesto.

 

Encerradas, asadas y ellas fresquitas, una durmiendo, la otra leyendo.

 

El estallido estaba servido.

 

Viene a mi memoria con esa sensación de estar asada, el pollo a l´ast.

Recuerdo cuando tenía un día duro en la universidad y llegaba a mi casa hambrienta.

Algunas veces, mi madre me esperaba para comer y esos días había comprado pollo a l´ast.

Ella sabía que me encantaba, me daba una chispa, como esa que buscaba en lo naranja y amarillo de la ensalada.

Mi madre sin permitírselo activaba a su chamana y leía en el aire que no había tenido un buen día y… ¡Ahí estaba el pollo a l´ast!.

Disfrutaba viéndola comer ese manjar juntas. Saboreándolo. Hablando de cualquier nimiedad.

Lo olvidaba todo, una ternura me envolvía. Calentaba el pozo en el que había caído durante mi niñez, esa voz masculina que taladraba mi corazón: eres una inútil, nunca harás nada.

Ella, con ese momento conseguía aliviar mi dolor.

Empresariales no era lo que esperaba. Teoría y más teoría, acostumbrada al mundo de las ciencias que por el contrario me apasionaba.

¿Cómo iba a decir a mis padres que no quería acabar empresariales? Ya en el último año. ¿Después de haberlo intentado con medicina?.

No, no podía hacer eso.

Tenía que cumplir como buena hija y acabar mis estudios.

Los días del pollo a l´ast olvidaba el frío y la contracción dentro de mí.

Ahora me pregunto:

¿Sería que mi madre en aquel entonces ya estaba en su pozo negro y oscuro?

Y…

¿Compraba el pollo aquel para aliviarse y de paso me aliviaba a mí?

Sí, las dos transitando un camino en silencio sin saber manejarlo. Cada una lo danzaba como podía, supongo.

Ese camino era parecido al pasillo de aguas bravas que tenía que atravesar sí o sí, para conseguir cualquier cosa en ese centro.

El cuidado tierno de mi madre comprando pollo a l´ast y recordándolo en ese lugar oscuro, donde me habían castigado, todavía reconfortaba mi corazón. Mi madre era una sabia. Mi padre también.

Solo tenía que activar el recuerdo y esa manta cálida aparecía, la ternura de ella.

Mi padre me enseñó a marcar territorio. A reclamar lo que es mío. Sin vergüenza. Con fuerza.

Esa fuerza es la que empezó a tomar todo su poder aquel día. Delante de las cinco del equipo “eficiente”.

Fui vestida con el reglamento puesto “normas de seguridad”, estaba serena, una calma de esas que parecen raras vista desde fuera.

Me acompañaba el triángulo vacío del preciado verde con chispas naranjas y amarillas, el calor sofocante y las 24h encerrada de lunes a domingo con alguna usuaria todavía peligrosa.

Me detuve con esa calma apabullante delante del equipo “eficiente”,

y con la voz serena, profunda y bandeja en mano, reclamé a la “jefa” mi ensalada.

 

Respondió:

-a ver, esto no es un restaurante a la carta. Ya lo sabes.

Eres la única que tiene problemas con la comida.

-¿la única? Georgina, ni come, ni cena, no duerme, su hija tampoco.

¿Para ti esto no son problemas?

Quiero saber por qué se me castiga sin mi ensalada.

-aquí no castigamos a nadie. Eres tú que te lo tomas así.

 

Un silencio invadió el espacio, cinco mirando la bandeja y a mí.

Yo pensé, puedo mantener la calma y volver a mi cuarto e ignorar lo que están haciendo aquí.

O

Estallo, monto un pollo (sería el tercero este mes).

Decidí montar el pollo.

Todo se mezcló dentro de mí y lo que empezó siendo una actuación magistral por mi parte, acabó poseyéndome.

 

Rugiendo expresé:

-¡Llevo tres meses aquí y el trato es denigrante!

No pretendo un servicio a la carta y sé muy bien que esto no es un hotel.

También te digo que soy española, que he cotizado toda mi vida y esto lo tengo más que pagado.

Mi rugir se extendía por ese pasillo de aguas bravas, y en un desliz desviando la mirada, pude apreciar como las puertas de otras usuarias se iban cerrando para protegerse del estallido.

Seguí bramando:

– ¡El gobierno ha destinado unos recursos económicos para ayudar a mujeres en mi situación! ¡Y tú eres la que está a mi servicio no yo al tuyo! ¡Ostia!

¡No te debo nada!

 

El ambiente espeso y recrudecido se tornó insoportable.
Para ellas, claro.
Al acabar su turno iban a sus casas, al mundo.

 

En cambio, yo, estaba por aquel entonces más que entrenada a soportar esa espesura 24h de lunes a domingo.

Jugaba con ventaja.

 

La “jefa” intentó calmarme. Cada palabra que salía por esa boca de mujer casta (las usuarias la llamábamos la monja), yo se la rebatía con más furia.

Hasta que dije:

– ¡a ver en este tiempo he perdido al menos10kg! (después en Barcelona un peso me desveló que había perdido 15kg)
¿vosotras creéis que es normal protegernos y alimentarnos de esta manera?

Rugía y rugía, mis colmillos crecían y mi furia ya invadía todo el centro.

-¿No os da vergüenza?
¿En serio podéis dormir por las noches con la conciencia tranquila?

¡Mirad!

Y solo tuve que tocarme los pantalones con el codo mientras desplazaba mis caderas y cayeron hasta los pies.

Me quedé en mini bragas ante el equipo “eficiente”.

La camiseta corta no podía tapar mi triángulo peludo.

Y allí de pie, sosteniendo la bandeja, con mis ojos cargados de fuego, desafiante, seguí:

-¡decidme si esto es normal! ¡Decidme va! ¡Estoy esperando! – . mientras miraba mi triángulo y mis pies con los pantalones en el suelo.
Aquí no hay problemas de comida, ni problemas de ningún tipo ¿verdad?
¿Yo soy la desequilibrada?

 

La “jefa” monja cruzó los brazos, el equipo se miró y todas a una dieron un paso atrás cruzando los brazos y separando las piernas.

De repente vi la bandeja volando hacia las cabezas de esa gente, sinceramente, no sé qué pasó pues os aseguro que yo vi como la bandeja volaba en esa dirección, pero el hambre me despertó.

Me vi con los pantalones cortos en los pies. La bandeja intacta en mis manos. Y una fila desafiante con brazos cruzados y piernas abiertas mirando fijamente.

 

¿Cuánto duró ese momento? , no tengo ni idea.

 

Lo que sí sé es que, por la posición de esa gente, mis días estarían contados en ese lugar. Ya no había marcha atrás. Ellas, en ese momento ya lo habían decidido.

Opté por llevarme la bandeja, sabía que no tendría más comida ese día.

 

Evidentemente me subí los pantalones, no podía caminar con ellos en los pies.

 

Las braguitas que llevaba eran pequeñas y de buena gana me las hubiese puesto estilo tanga y me hubiese ido de allí mostrando mi hermoso trasero.

Comí dos cucharadas de arroz y el fuego que circulaba por mi cuerpo como si fuera una autopista de 6 carriles me cerró el estómago de nuevo.

 

Ese pasillo seguía vacío, todas encerradas dentro de sus habitaciones.

 

Aún hoy comprendo a mis compañeras de ese lugar. Aprendimos que era mejor no ser vistas en esos momentos. Sobre todo, las extranjeras, ellas tenían mucho miedo (pues de ese equipo eficiente dependía que a la mayoría les gestionasen los “papeles”).

Y así, me dirigí a la habitación de Georgina. Laia estaba también allí con su hija.

Entré y les dije:

-¿habéis visto esas hijas de p… lo que siguen haciendo?

-Hemos oído los gritos, no nos atrevíamos a salir. – Laia me miraba abrazando a su hijita por detrás ¿qué ha pasado?

Les cuento la movida y cuando llego al punto de bajarme los pantalones me preguntaron:

-pero… ¿cómo lo has hecho con la bandeja en la mano?

Sin mediar palabra, repetí el gesto, toqué mis pantalones con el codo y se volvieron a caer hasta los pies.

Empezaron a reír a carcajada limpia, yo con una cara entre enfado monumental y sorpresa escuché:

-eres increíble, ¿en serio te has quedado así delante de la “jefa”, psicóloga etc.?
-sí, ¿por?, ya lo sé, es grave. No van a permitir que monte aquí una revolución.

Seguían riendo

De repente Gerogina cortó en seco su risa y dijo:
– así no Sarah, no está bien.
– ¿me vas a decir a mí lo que está bien con estas energúmenas?
– cariño, has enseñado tu intimidad peluda, no vas depilada.
– ¿cómo?

La furia y el fuego de mis ojos sufrieron de pronto un circuito.

¿Estoy oyendo lo que estoy oyendo?

Ante la gravedad del asunto, porque estaba claro que mi actuación magistral iba a tener consecuencias, Gerogina lo único que me recriminó ¿es que no iba depilada y mi triángulo peludo se lo mostré a todo el equipo?.

-que no vas depilada, otro día si haces algo así depílate antes y muestra tu coño bonito.

¡Lo estaba diciendo en serio!, ella es muy cool.

Hubo un cruce de miradas, las tres nos veíamos, nos entendíamos.

Yo sabía que para ella la imagen era muy importante y desde su amor, me estaba recomendando otra manera de hacerlo.

 

Un estallido de risas invadió el pasillo, llegaban a todas partes de ese lugar oscuro.

Las risas me salvaron ese día.

Mis hermanas también.

Una ”cool” con dos salvajes recordaron la importancia de la estética en cualquier lugar y en cualquier momento.

 

Risas que llenaron huecos amargos, frustrados.

 

Risas que nos alimentaron para unos días.

 

Desde ese pasillo, las demás empezaron a observar, calladas, poco a poco más cerca de nosotras.

 

Tomando el brebaje de la liberación interna. Nosotras lo sabíamos, el resto, incluidas “jefas” también.

 

Ese día fue un .

 

Morder la mano que te da de comer (en nuestro caso) puede llegar a ser muy muy importante a pesar de las consecuencias.

Otro día te contaré, me contaré… más de ese lugar.

Abrazo con ternura,

joana p.

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