El salmón que hechizó a
“el Rojo”

El salmón que hechizó a
“el Rojo”

Sentada en el mármol de su cocina con los pies en alto, Amanda miró aquella pareja de árboles majestuosos, acompañados por esos campos de viñas.

Encendió un cigarrillo, exhaló el humo con calma y admiró desde su ventana la belleza que había pintado el día. Imaginaba un amor imposible entre esos árboles, condenados a despertarse cada día con esa justa distancia que hacía imposible que ni siquiera sus hojas se acariciasen.

Destino cruel.

 

La tristeza, amiga inseparable de ella en ese tiempo, empezó a tomar todo el espacio, sólo el humo de ese cigarrillo la mantenía por momentos a raya.

Amanda tenía un juego secreto. Mientras liaba su tabaco, imaginaba que era una anciana de esas que están delante de un caldero con infinidad de hierbas y amuletos, ésa, que la gente va a ver cuándo sus almas están desesperadas. Era entonces cuando la anciana sabia, prendía su cigarro y le pedía al humo que hablase.

Así, con ese juego que se había convertido en un ritual cuando quería saber más de lo invisible, exhaló el humo mirando a los dos árboles quietos encadenados a la Tierra.

Y recordó la pócima del salmón con esta pequeña, gran historia:

Todo empezó un 1 de enero, cuando después de unas copas burbujeantes de cava y miradas de complicidad, sintieron un hambre voraz. El Rojo le propuso ir a cenar, quería alargar el tiempo con Amanda, le resultó atractiva; se sintió afortunado, una mujer con curvas de esas que te hacen derrapar, pensó.

Llevaban un tiempo chateando y manteniendo conversaciones eternas por teléfono, los dos estaban muy interesados en saber más uno del otro.

Por prudencia ella lo citó en Vilanova, en un lugar mágico.

Su amiga un día de broma lo bautizó como: la guarida de Amanda, por ser el lugar imparcial y elegante donde citaba a los posibles amores.

Cuando vio a “el Rojo” le impactó su apariencia, un hombre con porte, elegancia, unos ojos misteriosos de un azul gris que podrían perfectamente helarte o por el contrario fundirte como al chocolate. La piel blanca, envejecida, que no correspondía con la edad que decía tener, hablaba que la vida lo había tratado con dureza.

Ella aceptó la invitación para cenar. Entonces empezó un recorrido turístico por Vilanova, Canyelles, Vilafranca… se reían pues todo estaba cerrado, ensimismados por el encuentro no tomaron nota que era 1 de enero, los restaurantes ya habían trabajado bastante la noche anterior.

Amanda le propuso cenar en su casa. Unos espaguetis ni que sea, le dijo.

Algo sencillo y rápido…

Ella era muy inocente, ni se le pasó por la cabeza que una propuesta así la llevaría a una atracción fatal.

¡No tenía espaguetis!, hace años que no consumo pasta blanca, murmuró mientras buscaba en su despensa.

Le propuso un caldo de soba con miso, verduritas y tofu, él se quedó sorprendido por la receta gustosa y sencilla preparada en unos minutos.

Mirándola, se preguntaba quién era esa misteriosa mujer.

 

Risas, conversaciones fluidas, todo era fácil, pusieron música y empezaron a bailar como locos, soltando cuerpo y mente.

De repente, ella le propuso sentarse enfrentados, intercambiando sus manos en el corazón del otro, y en silencio bajando poco a poco, mirándose a los ojos, sosteniendo el espacio entre ellos a través de la respiración.

Al rato, Amanda sintió su dolor, un dolor muy antiguo que pesaba, un abandono en una tierra inhóspita, eso es lo que ella le dijo.

Él vio su tristeza profunda encerrada como en un búnker, eso es lo que él le dijo.

Los personajes cayeron y la autenticidad de verse como seres desnudos desde el alma, los unió irremediablemente.

Besos, caricias, abrazos eternos de corazón a corazón, entrelazados en esa pasión. Mientras él la amaba, Amanda empezó a tener como flashes de una película que no entendía. El que más le impactó fue que él quería dejar la guerra, con ganas de volver a casa y curarse las heridas después de tantos años luchando; entre los brazos de ella se sentía acogido, amado, visto.

Ella no se atrevió a decírselo, era muy pronto, pero cogió una foto que tenía en su altar desde hacía un tiempo, la de una mujer pelirroja con el cabello rizado y largo, la abrigaba una piel de animal y un cuervo posado en su hombro izquierdo. Caminaba hacia la profundidad del bosque, rendida por las batallas, volvía a su cabaña de madera, su hogar, hastiada y cansada por la pesadez del mundo.

El Rojo escuchaba atentamente la historia de la pelirroja con la foto en sus manos pero ya no pudo contenerse más y con una voz fuerte dijo:

– no, ése soy yo.

La contractura en el corazón de Amanda se acentuó, sintió que le estaba robando su historia:

-es imposible, es una mujer.

Él contra atacó:

-No, es un hombre. ¿No lo ves? Soy yo.

Una discusión por ser el/la protagonista de esa imagen que acabó con miradas entre los tres, la única que estaba tranquila era la pelirroja que seguía caminando hacia la profundidad del bosque.

Ellos no lo sabían, pero ya habían atesorado en sus corazones a la pelirroja con el cuervo para siempre.

Fueron pasando semanas de ese invierno.
A menudo el cuello de él estaba cubierto por un turbante azul índigo intenso, un amigo tuareg se lo regaló en uno de sus viajes al desierto.

Una noche, Amanda cogió ese inmenso turbante azul índigo y le pidió al Rojo que simplemente fuese un espectador:

-no te acerques, no me toques. Déjame hacer. ¿Estás de acuerdo?

Desnuda empezó a hacer el amor con él. Las manos de ella paseaban por todo su cuerpo en una danza erótica con el turbante, cada vez que los dedos de ella acariciaban su sexo y luego su boca el Rojo se levantaba de la cama con ganas de poseerla, pero no podía hacerlo pues tenía que cumplir con la orden.
Voy a grabar en mi memoria esta imagen, se decía, mientras contenía el empuje de arrojarse sin medida sobre ella.

Hasta que Amanda y el turbante abrieron las alas y suavemente lo incluyeron en esa danza erótica.

Éxtasis, aquella noche el tiempo se paró para ellos de nuevo, las horas eran minutos y con los primeros rayos de sol se quedaron dormidos los tres.

Le siguieron fines de semana que planificaban para estar en su Universo 100% con el otro, hasta que un día el Rojo empezó a romperse, le pidió distancia.

Era un día de mucho frío, con ternura se quitó el turbante azul que siempre le acompañaba y se lo colocó a ella:

-estás preciosa, es para ti. Sólo tú has entendido la importancia del regalo que me dio aquel tuareg.

No soportaba verla llorar.

Por otro lado, Amanda acababa de salir de una relación muy muy larga con el padre de sus hij@s. Las palabras que sus oídos escuchaban fueron como un rayo que la fulminó. Estaba repitiendo el patrón de ser abandonada de nuevo y eso era algo que por aquel entonces la absorbía completamente.

Ella tenía sentimientos encontrados, por un lado, no podía permitir quedarse sola de nuevo y por otro, le daba pánico amar con esa intensidad y dependencia a ese extraño.

No supo hacer otra cosa que atacarlo, despreciarlo y decirle que nunca más sabría de ella.

Ese silencio duró un año.

Amanda, estaba por aquel entonces, inmersa en un viaje iniciático donde a medida que iban pasando las estaciones, iba sanando su herida del abandono. Y un día, de repente, se dio cuenta que no entendió para nada la propuesta del Rojo. Vio que él estaba igual de asustado que ella. Que no podía sostener la intensidad que había entre los dos.

Ellos sintieron en sus corazones lo que pasa cuando intimas con otro ser de esa manera, ahí el sexo casi deja de tener importancia, sólo un abrazo ya te transporta a otra dimensión de autenticidad y luz, pero… primero tenía que salir la basura que les acompañaba desde otras vidas…

Ella no supo leerlo, entonces se dio cuenta del gran aprendizaje:

alquimizar desde lo auténtico del corazón y de la esencia.

Amanda miraba a diario a la pelirroja con el cuervo posado en su hombro que volvía a la cabaña de madera, la sentía con fuerza.

Se preguntaba si él, que se llevó una copia de esa imagen, también estaba siendo consciente de lo mismo.

Le escribió y le pidió verle para explicarle…

En los dos años siguientes hubo muchas idas y venidas, nuevos enfados, nuevos cortes, nuevos acercamientos pasionales…. encuentros con desencuentros por momentos desgarradores.

Ya sabían que eran almas gemelas, que los aprendizajes juntos iban a sanar viejas heridas, muy muy antiguas, pero él lo olvidaba. Ella quería explicarle lo que sentía para transmutarlo juntos, pero… él se escapaba… no la dejaba… y ella no forzaba…

Así, un fatídico día, Amanda lo invitó a cenar en su casa (por aquel entonces ya experimentaba con pócimas), aceptó.

Era siempre tan agradecido, cuando ella cocinaba se lo comía todo, alabando no importase lo que le pusiese por delante.

Sentada en el mármol de su cocina como tantas otras veces se decía:

-esta vez tiene que ser una cena especial.

Imaginó a esos dos árboles, con esa distancia justa para que nunca se tocasen, unidos para siempre en armonía.
De nuevo el peso en su corazón.
Se decía, para nada el Rojo y yo estamos en esa unión.

¿Qué puedo hacer? exhalando el humo y dejándose sentir recordó un libro en sus principios de la macrobiótica, donde explicaba que los salmones nacen en el inicio de un río y que cuando desovan, el pececito va río abajo y viven allí, pero que, cuando llega el momento de morir, el salmón va corriente arriba, luchando para volver a su casa, desovar y luego morir y así empezar el ciclo de nuevo. ¿Qué fuerza tan poderosa tendrá el salmón?.

mmmmmm… es perfecto, se dijo.

La cabeza del salmón, ¡sí! Oyó de su maestro sobre el poder que tenía. Se podía utilizar machacada en una sopa con la intención de que tu hombre regresase…

Una hipnosis la envolvió, miró la vela que siempre prendía cuando hacía alguna pócima, sus dedos activaron música sensual, después una cerilla encendió esa vela. Dejó que sus caderas empezasen a desplazarse dibujando un infinito una y otra vez, hasta que escuchó al útero relajarse . Acariciando la lengua por sus labios, el sexo empezó a mojarse y desde ahí cocinó la pócima del salmón…

 

Estaba tan contenta de que viniese a su casa, sabía que si aceptaba la cena se quedaría a dormir con ella, así que con el salmón entre sus manos dijo:

-Que vuelva a mí, que nunca más se vaya de mi lado. Con un dedo tocó su corazón y luego al salmón.

Que vuelva a mí, que nunca más se vaya de mi lado. Sumergió profundamente dos dedos en su sexo y luego tocó el salmón.

Lo cocinó y añadió pimienta en grano de mil colores, a él le encantaba y repitió el gesto, dedo al corazón y luego a la pimienta, iba repitiendo mientras movía sus caderas:

-Que vuelva a mí, que nunca más se vaya de mi lado, que si él no sabe lo que está pasando yo sí lo sé por los dos, así que ya me haré cargo de todo, de despertarlo, de que me vuelva a ver con los ojos que me miraba al principio.

 

Hecho está.

 

Cenaron… le encantó el salmón y todo lo que le acompañó. Pero Amanda no le dijo nada de la magia que le había puesto, para él fue una noche como una de tantas, un salmón buenísimo, disfrutar de los besos tan sabrosos que ella le daba, transportándolo a otro mundo hasta el día siguiente.

Esta vez, ella sonreía como nunca, le miraba y pensaba, ¡si supieses que ya no te vas a ir nunca más!
y…. efectivamente así fue…. No se iba….

Discusiones de nuevo.

El choque y la imposibilidad de dos almas gemelas en su despertar,

ella desesperada cortaba con él.

El volvía…

o la escribía

o la llamaba…

o luego ella volvía …

en fin, un desastre.

Amanda vivía en una continua angustia. Sí, lo tenía para él, pero a qué precio. Él desesperado por decir sí, pero no podía aprender del pasado, sólo vivir la intensidad del momento con ella.

Hizo falta casi un año para que por fin aceptase que no se podía forzar a nadie, aprendió que no podía hacerse cargo del camino espiritual del Rojo. Él tenía derecho a elegir cómo vivirlo.

Los dos cada vez más tristes pues a pesar del deseo mutuo, seguían los encuentros con desencuentros.

La dependiente que habitaba en ella lo quiso atrapar a cualquier precio. No había manera de salir de ese embrollo.

Amanda tenía que hacer un corte más fuerte para liberarlo de esa angustia, a la vez que lo hacía para él, lo haría para ella.

 

Nunca se lo dijo, estaba avergonzada.

 

Primero pedirle perdón desde la distancia y luego otra pócima de liberación.

Esa vez cocinó con mucho amor desde su escuela de cocina, en Barcelona.

Un amor intenso como la vez del salmón, pero algo había cambiado en su viaje iniciático; ella ya no lo necesitaba, ni a él ni a ningún otro. Ya se había liberado de las cadenas de su víctima, la que la hacía creer que sin un hombre no haría nada en la vida.

 

Se colocó aquel turbante azul índigo en el cuello, cocinó, danzó y puso el aleteo de sus inmensas alas negras en la receta y así lo invitó a comer en la playa de la Barceloneta, un picnic sencillo, le dijo, mirarte a los ojos y decirte una verdad.

Él, accedió.

Amanda se sintió tan vista por él, sintió el amor profundo que los unía, pero sabía que ese día sería el último. Que debía dejarlo marchar pues su destino estaba en otro lugar.

Ella con la mirada parecía que paraba el tiempo para deleitarse unos minutos más de su compañía, su voz, sus ojos, su piel…

Se armó de valor y lo hizo.

Después de casi 4 años le propuso sentarse de nuevo enfrentados, mirándose a los ojos y sintiendo el corazón del otro, con sus manos.

El murmullo de las gentes en la playa desapareció y de nuevo se sumergieron en una burbuja.

Amanda tomó suavemente el turbante azul índigo que se había puesto expresamente para la ocasión y le dijo:

-Este turbante llegó a tus manos de un amigo tuareg que tienes en el desierto. Era algo muy importante para ti, simbolizaba la libertad y el desierto que tanto amas.

Hoy te lo devuelvo con mucho amor, te toca a ti tenerlo no a mí.

Y pidiéndole permiso le dijo que le iba a poner una magia, él aceptó.

Cerró los ojos, ella llamó a su Shiva y a su Shakti, desplegó sus alas negras, las movió guiadas por los hilos del Universo, su útero arraigado a la Tierra y con el corazón latiente repleto de amor incondicional dijo:

-deposito en este turbante azul índigo la magia de que tus alas empiecen a moverse y que esa energía te lleve a alzar el vuelo, que nada ni nadie te ate y si hay algo que lo está haciendo, ahora mismo se rompa. Quedas libre para siempre y la libertad será tu inspiración.

Amanda, posó sus alas negras en ese turbante por unos minutos, rompiendo el hechizo del salmón y regalándole la visión de unas alas en movimiento.

Cuando abrió los ojos, El Rojo lloraba, lágrimas brillantes resbalaban por sus mejillas. Una sonrisa de placer ocupaba todo su rostro.

 

Así fue como Amanda y el Rojo se liberaron para siempre del pacto que debieron hacer en otra vida.

 

Él se fue hacia el Norte, otra mujer lo estaba esperando.

 

La pelirroja con el cuervo continuó en el altar de Amanda por mucho tiempo.

 

El Rojo llevaba esa imagen en su cartera, confesó aquel último día a Amanda que cuando la miraba sentía que volvía a él, a su esencia.

Y sentada en el mármol de su cocina con los pies en alto, mirando los majestuosos árboles desde la ventana, Amanda encendió un cigarrillo y activó su juego, pidió al humo que le hablasen…

El humo se fue hacia aquellos árboles donde habitaba la distancia justa para que no pudiesen ni acariciarse, y los árboles le hablaron:

– Amanda llevas mucho tiempo triste porque crees que no nos tocamos y que lo nuestro es un amor imposible pero no es así.

En el devenir de la historia fuimos mujeres, igual que tú, elegimos transformarnos en árboles para perdurar a través de los tiempos, nutrirnos de la sabiduría ancestral de la Tierra, nuestra Madre y desde aquí hablar a todo aquel que quiera escuchar.

Has olvidado que tenemos raíces, el hombre acostumbra a olvidar que debajo de la Tierra hay un Universo de sabiduría y de vida.

Amanda, es por debajo de la Tierra, donde mi compañera y yo nos acariciamos y somos amantes.

 

Llorando ella entendió, siempre lo amaría y daba igual donde estuviese. Las raíces de ella y de él por un tiempo estuvieron alquimizando y eso, fue para siempre.

Este hombre le trajo un gran regalo:

“Aprender a amar intensamente y a soltar cuando fuera necesario, para seguir volando”

Amarme a mí misma con conciencia es la medicina para logarlo, se repetía.

Los vientos del Sur la llevaron a una nueva Tierra. Almería. La Tierra que acabaría de despertar la chamana que llevaba dentro.

joana p.

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