– Ni se te ocurra cogerlas. ¡Te lo suplico!
Como si tuviese unas piernas biónicas, en un micro segundo, mi marido estaba ya, a 25mtr de mí.
Sus pies querían seguir avanzando hacia atrás, pero la pared de esa discoteca lo impidió.
Bruce Lee decía: “El deseo vence al miedo”.
Así, sin más, dos enormes pitones se desplazaban por mi cuello y mi cuerpo sin prisa, sus movimientos eran sensuales, como esas caricias que se dan los amantes cuando quieren deleite.
El dueño de esas bellezas decidió quitarme una, pues el peso era considerable.
Y así empezó un viaje sin retorno:
Ella, parecía reconocerme. Se movía por toda yo. Levanté el brazo como si fuera la rama de un árbol, para dejar que estuviese cómoda.
De un terciopelo exquisito, caliente, con el peso justo para hacer sentir la presencia de otro ser a mi lado.
El mandala que dibujaba su piel con amarillos y terrosos, tan bien diseñado, hipnotizaba a cualquiera.
Incluso a ti, si eres de los que le tiene pánico a las serpientes.
Y así vino una última mirada a los ojos como platos de mi marido.
Se apagó el estruendo de la discoteca y viajé al recuerdo de niña, cuando me negaba ir al circo, para evitar ver animales enjaulados y amaestrados para el disfrute del hombre.
Mi padre enfadado, por mi llanto sin parar, ante la imposibilidad de meterme a la fuerza dentro del circo; caminaba a casa apretando su mano con la mía:
– eres una desagradecida por rechazar esa aventura. – bramaba – ¡cuántos niños habrá en el mundo que querrán ir y no pueden! Y tú despreciando este regalo.
Con las palabras de mi padre en esa burbuja de magia, la pitón aguantaba su cabeza con elegancia delante de mi cara, mirándome.
¡Qué belleza! lágrimas recorrieron mi rostro, nunca lo olvidaré.
Se desplazó a una de mis mejillas y me besó.
Un beso eterno que disfruté durante días.
El beso que mi padre no me dio.
Mi marido ni se enteró. Daba igual. Guardé esa experiencia en todo mi cuerpo como un tesoro. Nunca quise compartirlo con nadie por miedo a que se diluyese el efecto.
Lo guardé tan bien guardado que se me olvidó, hasta ahora.
Sentí lo importante que es empatizar con el otro, ponerse en su piel. Si lo consigues, el otro se siente escuchado por ti, se vuelve más receptivo y el diálogo se construye desde otro lugar.
Lo que te propongo es que te escuches. Sin machacarte. Como si te dieses unas palmaditas de comprensión en la espalda.
Yo puedo acompañarte en ese proceso.
Mi padre no entendía nada, si hubiese sido más empático, se habría dado cuenta de la tristeza que me invadía cada vez que veía a un animal encerrado.
Me hubiese preguntado, y yo, a esa autoridad, le hubiese explicado.
Como el hombre que tras el encierro obligado que estamos viviendo en España, miró a sus pajaritos embutidos en mini jaulas para que cantasen.
Él con sólo una semana de encierro ha sentido la tristeza y la frustración de ellos.
La empatía hacia sus pajaritos, ha provocado que los libere.
Ya no soportaba verlos enjaulados.
Ya sea por una circunstancia externa o interna, es importante ponerse en los zapatos del otro o de los tuyos con otra mirada.
Sentir, vivir desde ahí.
Puedes aprender a mirar con otras gafas, yo puedo enseñarte.
¿Quieres? Estás invitado a probar un espacio gratuito:
Y con el placer de ese beso me despido de ti hoy. Sintiendo la magia de conectar con otro ser.
joana p.
PD: ¿Sabes que le pasó a una mujer que dormía con su boa?, en el próximo artículo te escribiré sobre el respeto hacia tu propia naturaleza salvaje y cómo puedes empezar a escucharla.