Me llamo
Ernesto Cifuentes I

Me llamo
Ernesto Cifuentes I

Era previsible, me refiero a que Luis probablemente tendría un arranque de ira; hasta Federico, el notario, íntimo de la familia, lo sabía.

Arrojado al suelo como un despojo, las manos de Luis seguían pegadas a mi cuello con una fuerza sobre humana.

En escasos minutos el recuerdo de las visitas de Federico con su maletín, en las que había estado pensando hasta ese momento, dejaron de tener importancia.

Muy a lo lejos podía ver a ese notario empuñando el auricular del teléfono, dando la dirección del despacho como si la vida le fuese en ello, gritando: ¡lo va a matar!

Estefanía y Laura lloraban desconsoladamente, ¿sería porque mi padre no les había dejado absolutamente nada?

O

¿temían asistir a un funeral doble?

En esa negrura que ganaba todo mi campo de visión, solo alcancé a ver a mi otra mole de hermano, intentando sin éxito, arrancar las manos de Luis de mi cuello.

No sé que pasó después.

La angustia y la ofuscación dieron paso a mi amado padre de nuevo.

Sonreía:

-Jacobo, tranquilo, volverás. Todo está calculado. Podrás disfrutar de toda mi fortuna, Luis no va a conseguir matarte.

Amo a todos mis hijos, pero no fui capaz de distribuir mi herencia. Sé que tú lo lograrás y darás a cada uno lo que tu corazón dicte.

Una paz habitaba todo mi ser. Me sentí afortunado. Solo sé que pude escuchar por última vez a mi amado padre.

Desde otro plano, él volvió para hablar conmigo.

Es verdad, ahora sé que es verdad.

Mi padre en su última voluntad ha apostado por mí y sabe que no lo defraudaré.

Haré lo que tenga que hacer con la finca de los arroyos, mis hermanas no se pelearan por ella.

Y Luis, bueno, lo amo, puedo perdonar y traspasar la barrera del rencor. Todo volverá a su cauce.

Eso sí, aunque mi padre se haya olvidado de sus mujeres, yo no lo haré.

-Papá, en eso va a haber un pequeño cambio.

Las explotaciones de Uganda se las van a quedar ellas, siempre tuvieron debilidad por esos niños explotados. Ellas sabrán sacarle el máximo partido, quizás no amasará fortunas como hasta ahora, pero habrá más personas felices en el mundo.

Y a Federico, ya sé que fue el amor secreto de tu vida y que no te atreviste a dejarle lo que más apreciabas: la cajita de hueso brillante que atesorabas con tanto tesón en el banco.

No te preocupes, se la entregaré de tu parte.

Joana P.

PD: Mañana sabrás de esta historia desde la mirada de Ernesto Cifuentes

Twitter
Facebook
WhatsApp
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio esta protegido por reCAPTCHA y laPolítica de privacidady losTérminos del servicio de Googlese aplican.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Artículos relacionados