Licuadora de la postguerra en manos de una Hitler

Licuadora de la postguerra en manos de una Hitler

A esa vecina rubia mal teñida, con unos labios finos como agujas, delatando la Hitler que lleva dentro, le ha dado por cuidarse.

A las 5 a.m. de lunes a domingo, incluidos festivos, se hace un licuado antes de ir a la piscina.

¿Te suena de algo? A mí sí. Lo sufrí en mis carnes durante un tiempo sin fin.

¡Así empezaban las mañanas en mi casa!

Mi marido y yo empezamos a desesperarnos, el ruido acuchillaba nuestras entrañas, ni los tapones podían mitigarlo.

Y no pienses que era una licuadora normal, no.

¡Aquello era un tanque de la postguerra! Ocupaba la mitad de su cocina, seguro que necesitaba hasta un convertidor de corriente para arrancarlo cada mañana.

Por aquel entonces, creía que yo era una persona civilizada.

Te quiero confesar que tengo un don para convencer a la gente, es una mezcla de seducción, educación y respeto. Me estaba funcionando de coña.

Pero esa vecina con labios de Hitler se resistía a mis encantos.

Bajadas a su piso a diferentes horas, por si la enganchaba en su momento comprensivo del día.

Nada.

Resultado: CERO patatero.

Quizás quieras resolver un conflicto desde la comunicación NO violenta y el resultado está siendo CERO patatero.

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Mi marido ya desquiciado, no sólo por la vecina, sino también por mí, empezó a no soportar mi mal humor.

Yo estaba agotada y cada noche se encontraba un NO, a la petición de hacer el amor. A las cinco sonaría el despertador/licuadora.

El hambre de él se hizo voraz, ése fue el detonante para que su ingenio se pusiese en acción.

Entre miradas sibilinas, elaboramos un plan demoledor para derrocar a esa Hitler.

Se abrió el telón y entramos en escena.

Hilo conductor: nos habíamos vuelto locos por la licuadora de la postguerra.

Objetivo: infundir un terror implacable, sin tregua.

Por turnos, de manera intermitente, dentro de las 24h del día y con un martillo machota, golpeábamos el suelo de nuestro piso.

Abríamos las ventanas y simulábamos peleas entre nosotros. Golpes, objetos chocando paredes. Gritos desgarradores.

En confianza, la del ático colindante, me preguntó si tenía problemas con mi marido… riendo, le contesté que estábamos ensayando una obra de teatro.

El plan demoledor no funcionaba, a las 5 a.m. la licuadora arrancaba motores sin piedad.

Un día, con la rabia en mis entrañas, me miré al espejo y bajé de nuevo.

Cuando abrió la puerta, encontró una cara desencajada, las venas del cuello hinchadas y mis colmillos apuntaban a su yugular.

Susurrando, muy despacito me acerqué a su estúpida oreja:

A partir de ahora, no sabrás cómo ni cuándo, pero ni siquiera vas atreverte a utilizar el agua que bebes.

A la mañana siguiente, un silencio sepulcral invadió el edificio, la licuadora de la post guerra, pasó a mejor vida.

Existen fórmulas mágicas desde el coaching para evitar lo que me pasó en esta historia, 20 años antes de certificarme como coach.

¿Tienes conflictos sin resolver y te ahogan?

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joana p.

PD: en el próximo te hablaré de la RABIA, como emoción positiva y motor de arranque.

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